Como saben, en casi todas las oficinas hay por lo menos un dispensador de agua. El nuestro ya pedía a gritos ser jubilado. La manija del agua caliente ya no funcionaba y la de la fría estaba llena de tierra. Aun así muchos no podemos darnos el lujo de comprar agua embotellada para llevar al trabajo.
A la hora acostumbrada llegó el repartidor de agua y como nadie le dio su acostumbrada gratificación, dejó el garrafón a un lado del armatoste. Transcurrió mucho rato y nadie se disponía a montarlo en su lugar.
Llegó un punto en que la sed no me dejaba en paz y entonces decidí ponerlo yo mismo. Al colocarlo sobre la base, mis ojos alcanzaron a ver una cabeza humana que se encontraba dentro de aquel recipiente.
De mi boca salió un alarido de terror, tan fuerte que uno de mis compañeros se me acercó y me preguntó:
– ¿Qué sucede, te sientes bien?
– Esa cosa trae una cabeza adentro.
– ¿Qué cosa, de que estas hablando? Me cuestionó con rostro de enojo.
– ¡Del garrafón, claro está! Qué acaso no ves aquella cabeza de mujer que está allá.
– No veo nada. Y por favor no me quites el tiempo. Es más, para probártelo me serviré ahora mismo un poco de agua. Tomó uno de los conos de papel y el líquido que salió de la máquina era puro y transparente.
Sólo para estar tranquilo, yo hice lo mismo. Únicamente que a mí sí me apareció una pequeña “sorpresa” dentro del vasito.
– ¡Un ojo! Grité desaforadamente.
Empujé la máquina e hice que se cayera. El garrafón se rompió al caer al suelo y el agua comenzó esparcirse por todos los rincones de la oficina. Mis compañeros no tardaron en llegar a donde yo estaba.
– ¡Estás loco Raúl! Dijeron varios de ellos.
No obstante, sus caras comenzaron a cambiar cuando el líquido súbitamente se convirtió en vapor y en instantes se comenzó a formar una cabeza humana.
– ¡Ah, qué horror, le falta un ojo! Dijo Mildred.
– El ojo lo tengo aquí. Respondí mostrándoles el vasito de papel.
Todos se pusieron pálidos, la policía llegó y se llevó los restos y nadie volvió a hablar del asunto.